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Historia

Introducción

Antequera tiene una historia milenaria. El solar que hoy ocupa la ciudad y su inmediato alfoz han sido testigos del asentamiento de comunidades y civilizaciones que, sin solución de continuidad, han dejado su impronta cultural –de los dólmenes al Barroco; de Roma al Renacimiento- conformando una herencia patrimonial tan rica como diversa, perdurable, en algunos de sus elementos más definitorios, hasta nuestros días.

En esta trayectoria histórica, ha desempeñado un papel nuclear su localización. Situada en el pasillo natural de comunicación entre las diversas andalucías, tal condición le ha permitido mantener una envidiable posición fronteriza entre influencias y corrientes de muy distinto signo, que aquí han cristalizado en una dirección cercana a las tierras limítrofes –sevillanas, granadinas, cordobesas o malagueñas- pero que indudablemente la han terminado dotando de una singularidad capaz de diferenciarla de todas ellas. De igual manera, esta misma centralidad le ha otorgado un acusado protagonismo como referente simbólico de toda la Comunidad: no debe olvidarse que la conformación del sentimiento autonomista arranca y culmina en Antequera: respectivamente en el proyecto de constitución federal de 1883 –recogido explícitamente en el nuevo Estatuto de Andalucía- y en el Pacto de 1978 (conocido precisamente como “Pacto de Antequera”), ejemplo de acuerdo entre las fuerzas políticas, que abrió la puerta al definitivo encaje de la región en el Estado español de las autonomías.

Surcada por épocas de luces y sombras, aquellas han resultado especialmente brillantes en materia cultural. La ciudad fue considerada en el tránsito de los siglos XVI al XVII como la Atenas andaluza, tal era la nómina de artistas, poetas y eruditos que la habitaban, una circunstancia que llegó a adquirir tan considerable relieve que periódicamente desde entonces, en momentos en los que se ansiaba recuperar el carácter aglutinador de todas estas inquietudes intelectuales, se acudía como referente a la Cátedra de Gramática de la Colegiata, cuyo proyecto humanista quedara materializado desde 1585 en el Arco de los Gigantes, símbolo de la Historia de la Ciudad, de su anclaje en el pasado clásico pero también de su afán universalista y abierto a la recepción de nuevas ideas.

Uno de esos pasajes de recreación fue el establecimiento, en el último recodo del hálito ilustrado, de una Academia de Nobles Artes: es esta Institución la que ahora se pretende reconstituir, adecuando sus estatutos, fines y objetivos a las exigencias del siglo XXI.

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