Biografía
José Antonio Muñoz Rojas nació en Antequera en el otoño de 1909. Aquí vivió casi ininterrumpidamente, durante los primeros años de su vida, a saltos entre el campo –San Juan, La Alhajuela, Cauche-, Antequera –las dos casas de calle Carrera- y Málaga, donde cursó el bachillerato. Luego pasó a Madrid a estudiar Derecho, para casi de inmediato publicar en Málaga, con sólo veinte años, su primer libro de poemas. “Versos de retorno” fue el título de aquella obra en la que José Antonio se reconoce deudor de la impronta humanista de don Antonio Machado, y que además se convertiría en su carta de presentación ante los que en adelante serían sus amigos y maestros: entre otros, los poetas malagueños Emilio Prados, Manuel Altolaguirre o José Moreno Villa, y los de la capital de España, donde trabó amistad con Vicente Alexandre y Pedro Salinas.
El paso de la juventud a la primera madurez estuvo cargado en el caso de Muñoz Rojas de intensidad y a menudo también de drama. En realidad, la década de los treinta fue tan decisiva para el poeta antequerano como para su propio país.
Llegó primero un título de abogado que apenas utilizaría durante su vida profesional; pero también algo mucho más querido: las primeras revistas literarias y un segundo volumen de poemas, “Ardiente Jinete”, el libro con el que, por primera y única vez en su vida, se presentó a un Concurso Literario –el Premio Nacional-, que no llegó a ganar entonces porque se lo llevó su admirado Vicente Alexandre.
Y llegó Cambridge, que no sólo lo empapó de poesía metafísica, sino también de la propia física de un ambiente calmo y sosegado que ya no le abandonaría nunca.
Desgraciadamente, la calma universitaria británica fue interrumpida por la dolorosa tragedia de la Guerra Civil. Una tragedia que le alcanza de pleno a él y a toda su familia, pero de la que milagrosamente sale indemne gracias a la ayuda prestada por dos profesores de la Universidad de Cambridge.
Su vuelta a España se produce con el fin de la Guerra Civil, cuando el drama de una nueva guerra mundial está llamando a las puertas de Londres. Pese a todo, cambiar el ambiente universitario de Cambridge por el desierto cultural y social antequerano y malagueño de los años cuarenta no le resta vitalidad ni ganas de escribir; al contrario, en este ambiente cerrado Muñoz Rojas sigue cultivando las amistades de su juventud e incorporando nuevos hallazgos a su actividad literaria. Libros de poesía como “Sonetos de Amor por un autor indiferente” o “Abril del Alma” y de prosa como las “Historias de Familia” ven la luz en este momento.
Atando la Memoria
Afortunadamente, su ciudad –la triste Antequera de la posguerra-, no llega a engullirlo. Al contrario, orgulloso de sus raíces, la enseña siempre que puede y la abre a los espíritus más sensibles de la España de aquellos años: junto a él recorren sus calles Vicente Alexandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso o José Luis Cano; de ella exprime, con la exquisitez del que sabe explorar los rincones olvidados de su propia tierra, la belleza que se esconde debajo de la miseria.
Málaga fue su segunda ciudad de aquellos años: allí conoce a la que desde 1944 será su mujer, María Lourdes Bayo; y allí cultiva la amistad de Alfonso Canales, con quien inicia la colección de libros de poesía “A quien conmigo va”, y de otros poetas y escritores malagueños, con los que, hasta hoy, continúa teniendo una fecunda relación.
Luego viene un segundo desarraigo, aunque mucho menos intenso y dramático que el primero: a comienzos de los años cincuenta Muñoz Rojas deja Andalucía y se instala en Madrid.
De Antequera lleva a Madrid “Las Cosas del Campo”, publicado en 1951, el año de su llegada a la capital. Un libro en prosa que impresiona al propio Alexandre o a Dámaso, quien llega a opinar que se trata de una de las obras cumbres en prosa de la literatura española del siglo XX.
Pero José Antonio no va a Madrid para escribir. Abandona su tierra para –paradojas de la vida- trabajar en un banco, el Banco Urquijo, del que sería Secretario hasta su jubilación, en 1983. Como responsable en esta entidad de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, Muñoz Rojas desarrolla una ingente labor de intercambio cultural con otros países europeos y con Estos Unidos –algo inaudito en la España de los primeros cincuenta-, organiza seminarios, conferencias y encuentros científicos en los que participan los mejores intelectuales del momento (Zubiri, Carande, Maravall o Valdeavellano) y crea becas para ampliar estudios en el extranjero.
Publica además, en estos años, poesía y prosa. “Cantos a Rosa” y “Las Musarañas” son dos de sus títulos más conocidos. Con el primero mantiene viva la creación intimista; con el segundo, el recuerdo de su familia y de su tierra. A este segundo tema vuelve, ya mediada la década de los setenta, con el libro “Antequera, norte de mi pluma” (reeditado a finales de 1998), título que toma del primer verso del panegírico a la ciudad que su más ilustre paisano en las cosas de la literatura, Pedro Espinosa, escribiese varios siglos antes: “A ti Antequera, de mi pluma norte”.
La vuelta a Antequera de Muñoz Rojas, tras su jubilación laboral, no significó su retirada de la literatura. Al contrario, coincidió con la primera recuperación de su obra, reeditada y sobre todo comenzada a conocer entonces por generaciones más jóvenes. La edición, por el Ayuntamiento de Málaga, de su obra poética completa, en 1989, marca un nuevo punto de arranque en una trayectoria literaria que se resiste a seguir las mismas pautas de su vida profesional. Los años noventa han sido, así, de los más fecundos para nuestro poeta: cuatro libros en prosa (“La Gran Musaraña”, “Amigos y Maestros”, “Ensayos Angloandaluces” y “Dejado Ir”) y uno de poemas (“Objetos perdidos”), son un bagaje que ya querría para sí cualquier creador.
Y junto al trabajo el reconocimiento, plasmado en diversos premios y homenajes. Los ha habido institucionales, como las medallas de oro de Antequera y su nombramiento como hijo predilecto de Andalucía, y también de la provincia de Málaga. Y los ha habido asimismo literarios, otorgados en 1998: el premio “Luis de Góngora”, a su trayectoria poética, y el Premio Nacional de Poesía, concedido a su última obra entonces editada, la ya citada “Objetos Perdidos”.
Pero el tiempo, afortunadamente, parece haberse detenido a su puerta. En el nuevo siglo, cercano él mismo a cruzar esa barrera, ha seguido publicando libros de prosa y poesía –en algunos casos inéditos anteriores, ahora corregidos y ampliados-: “Entre otros olvidos” (2001), “La Voz que me llama” (2005), “El Comendador” (2006); recibiendo honores y reconocimientos (el XI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2002, el Premio Andalucía de la Crítica en 2007).
El tiempo. Muy pocos como él han sabido expresar con palabras –con versos de retorno recordando el primero de sus títulos- aquello que, enmarañado en hilos de amor, se nos va eternamente de las manos. Lo ha escrito una y otra vez. Cada vez más bello, más intenso. Hasta ahora mismo. Que corra pues, acompañando en el viaje a su ardiente jinete, y sirva para cerrar estas líneas de respeto, admiración y cariño:
Nunca como antes y siempre
como antes. Son los lugares mismos,
la mano misma que te escribe. ¿El agua misma
la que corría entonces? Estas luces
de finales de mayo, son las del mayo aquel,
cuando entre granados me dijiste:
Te quiero como nunca. Yo te dije:
No me hables de nuncas que no existen,
sino de siempres nuestros para siempre,
o quizá todavías que nos aguardan.
Novísimos a Rosa (1998).