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Antequera, norte de mi pluma

Valencia, Pre-Textos, 2000.
Prólogo de Francisco López Estrada 

LA VIRGEN DE MONTEAGUDO

Carta a Dámaso Alonso

Querido Dámaso:

Hasta ayer no pude recoger en Antequera el manuscrito con la historia del convento que poseen las monjas de Madre de Dios, y que, como verás más adelante, aclara todas las dudas acerca de la autenticidad de la imagen de Monteagudo. Ya tengo encomendadas las fotografías y cuando vuelva allí a comienzos de la semana próxi­ma estarán listas y te las enviaré.

El manuscrito (único papel que me dicen las monjas poseer porque .os demás perecieron en el incendio íy esto lo contradice el propio ma­nuscrito) se titula: Historia del "Convento y Religiosas de la Madre de Dios y Misterio de su Assumpción Gloriosa de la Ciudad de Anteque­ra. Dedícala a la Sra. Priora Doña Thomasa de Seguera y Urive Don Gabriel Joseph Ossorio y Poso Blanco, Dor. en Sagda. Theología del Mayor y Universidad de Ossuna, Maestro de Phüosofía y Colegial que fue del de Sn. Miguel de Imperial Universidad de Granada. Y ahora uno de los capellanes deste Convento, Cura de la Igsa. Parral, del Sr. Sn. Pedro desta Ciudad y Comissario del Sto. Oficio". El libro contuvo 375 páginas, de las cuales hay arrancadas una porción. Es muy curioso, porque el buen Ossorio se desahogó en él contra sus enemigos en el propio convento, sin andarse por las ramas. Los puntos que a ti te interesan los aclara completamente. Ossorio predicaba el panegírico de San Agustín cuando estalló el incendio y fue, por tanto, testigo presencial de la destrucción de la antigua imagen de Monteagudo. "Salí ya a predicar las excelencias de Agustinos, pues este Monasterio fió de mi insuficiencia publicar sus glorias y aviendo concluido el sermón, antes de pronunciar las palabras generales con que todos fina­lizan, se inclinó una vela del lado siniestro del altar a el retablo, y prendió en él con tanta actividad y prontitud, que aunque se practica­ron muchas diligencias para sofocar el fuego, no se pudo impedir y en espacio de seis minutos de tiempo iglesia, retablo, adornos, la col­gadura de ceda que cubría desde el techo hasta la zarpa, y desde la capilla maior a la rexa del coro, el mismo techo, aliares y coros se re­solvieron en cenizas... En la iglesia resolvió todas las imágenes, de­rritió alaxas de plata y oro, todas las que avia..." Luego relata el sa­queo consiguiente en el que participaron hasta los alguaciles y no puede menos de exclamar: "No se bió semejantes sacrilegio, entre Gentiles, quando Eneas en el incendio de Troya pidió a su padre que sacara de él los Pennates." "A uno de los ministros se le halló una patena oculta en la misma portañuela de los calzonas, y avién-dolo dádolo a entender a el correxidor mandó llebarlo a la cárcel." Cita las relaciones que con motivo del incendio circularon y copia un romance larguísimo sobre él. Aquí biene lo que interesa: "Después del Romance antecedente y los demás salió un memorial en quarto", sin nombre de autor, ni inprenta, dando a entender el referido incendio con toda verdad y sin exeder, ni disminuir en cláusula alguna; si no es quando afirma que la Madre de Dios de Monte Agudo era la mis­ma que apareció en Bruxelas, y que de esto avía tradición auténtica: bien es que de esto daba testimonio sólo el error común, porque to­dos los más de este pueblo padecían la misma equivocación; pero era aserto boluntario, sin tener más fundamento que la vulgaridad, por cuio motibo se debe tener presente la historia que ba puesta a el capítulo 9" ípágs. 269-290). En el capítulo 9 no hace más que copiar las relaciones conocidas sobre el origen y vicisitudes de la devo­ción a la Virgen en Flandes y la venida de la Madre Magdalena de de San Jerónimo a Antequera. He confrontado esta relación con los manuscritos del P. Cabrera, Barrero Baquerizo y Solana, y no aña­de nada nuevo. La relación a que alude Ossorio fue escrita por una religiosa llamada Doña Agustina de Leiba para allegar medios a la reedificación.

En cuanto a la imagen nueva cuya fotografía te enviaré, es obra de José de Medina, natural de Lucena, "el más célebre escultor que en estas Andalucías se ha reconocido". El autor da toda clase de pormenores acerca de las condiciones, precio, tamaño, en que se convino la hechura de la imagen, pero no dice nada de que fuera copia o imitación de la antigua. La nueva iglesia que Fernández en sus Iglesias de Antequera atribuye a José de Bada, es en reali­dad obra de Cristóbal Ruiz, "maestro de alarifes" y "entre los apa­sionados tenido por los más inteligentes".

Ya tienes tela para otras notas sobre la Virgen de Monteagudo. Perdona tanta lata erudita...

Un abrazo,

José Antonio

DE GASTRONOMÍA ANTEQUERANA

Madrid, 22 de mayo de 1953.

Sr. D. Manuel Halcón.

Madrid.

Mi querido amigo:

Tu amable invitación a enviarte la receta, ilustración y algo es­crito sobre un postre español, me ha cogido de sorpresa y gustosa­mente. Gustosamente porque esta afición a confiterías y reposterías tiene en nuestras vidas su sazón como la tiene el corretear, enamo­rarse y el creerse que el mundo está hecho a nuestra medida. Algo semejante a lo que pasa con flores y jardines, que se miran años y años y se encuentran de pronto. Hay buena diferencia entre mirar las cosas y encontrarlas. Lo mismo sucede con los postres y melindres de monjas y caseros. De pronto un buen día se da uno de mamporros y se dice: "Pero ¿esto es aquello? Y yo, asno de mí, sin darme cuen­ta hasta ahora".
Los que hemos tenido la suerte de crecer en un pueblo con la casa a la sombra de un campanario monjil (la nuestra estaba empa­redada entre convento y convento) y hemos tenido la costumbre de que la monjera llegue puntualmente, como los golondrinas, con las campanillas o los bienmesabe, no sabemos lo que nos fue dado.

Al alejarnos y tornar de nuevo vemos el descubrimiento. ¡Dios mío, qué maravilla! Luego, cuando quiera que andamos por esos pueblos andaluces—por esos prodigiosos, tristes, riquísimos en to­dos los sentidos, pueblos andaluces—buscamos con casi tanta de­voción, las viejas piedras hechas con recetas de siglos, como las confituras hechas con azúcares seculares. ¡Oh, tienda de Robledo, antesala del Paraíso, con el divino confitero de bigote de cabello de ángel y aquella balanza reluciente capaz de despachar la delicia a kilos en forma de piononos, de cuajados y bizcochadas! No, no debe pasarse por alto la confitería en los pueblos andaluces. Al lado del monumento, la fuente o el rincón, la confitería. Es más, creo que hasta que no se haga la guía de las confiterías españolas no se llegará a conocer bien el país. Todavía son dulces honrados que tienen lo que hay que tener, sin menoscabo ni mixtificación que los invaliden. En el día de hoy se están haciendo dispensables mu­chas cosas e indispensables otras; lo triste es que la gente va per­diendo el sentido de lo que es y no es dispensable, y así pasa de largo por verdaderas posadas de gusto y se detiene en cambio luego en ventas de menester.

Pero nos estamos alejando de lo nuestro. ¿Qué postre escoger? Claro que eso depende de la estación. Los antiguos sabían lo suyo y habían descubierto todo o casi todo, aunque parezca mentira, de lo que podían llenar la medida humana. Habían descubierto que los dulces, como las estaciones, vienen a su tiempo y acompañaban la estación con el dulce correspondiente. Los mantecados no se podían comer en agosto, como los vinos no se podían tomar en enero. Todo se ajustaba a su rito. Hoy nos cargamos los ritos tan alegremente como las distancias y nos sucede idéntica cosa al car­gárnoslos: que no son sustituibles o que, por lo menos, tardarán en serlo.

Pues bien, y sigo: ¿De qué postre hablar? ¿Del que más nos gusta? Nos gustaba el bienmesabe de las Monjas de Belén, tomado con parsimonia, y su buchito de agua con la almendra cuscurrante para dar firmeza a tanto dulzonería, y nos gustaba el huevohumor, todo suavidad, que se traga sin sentir. Ambos decorados con pri­mores de canela y azúcar representando cosas estupendas, como la Santa Cruz de Jerusalén o el Monte Carmelo. ¡Qué cercanía, Dios mío! ¡Qué roce de distintas delicias! Irse tragando poco a poco el Monte Carmelo o el emblema de la Caridad con su "charitas" en latín y todo. Claro qoe la receta de sos dulces es inútil. Habría que decir: "Construya usted un Convento hacia mil seiscientos y tantos, con tantas monjas. Deje usted pasar un par de siglos y que un buen día porque le venía angosto el mundo o le dieron un desengaño ma­yúsculo se metió a monja Fulanita de Tal, que que otro ya en el Convento para hacerle un regalo al Capellán o a la suegra del Mar­qués vecino o a la sobrina que se casaba, se acuerda Doña Fulanita de que en su casa se hacía tal y tal dulce y luego en otra ocasión otro, y le escribiera las recetas a la Madre Patrocinio que era aficionada como nadie y tenía manos de plata para la confitura, hasta que al cabo de los siglos, de la Madre Patrocinio en la Madre Salvadora y de la Madre Salvadora en la Hermana Beatriz, hasta que un buen día no quedaba memoria de recetas, porque las monjas son una calamidad para cosas de papeles, y se perdió pero se guardó la cos­tumbre, y anualmente salen a su tiempo debido del torno a la luz del mundo esos prodigios melifluos". No, las recetas monjiles son imposibles de reproducir. Como los vinos tienen su tierra y su ma­nera y están, afortunadamente, fuera de serie y fórmula. Gracias a Dios y por muchos años, que nos guardan esas moradas de devo­ción y altísima civilización que son los Conventos de clausura.

Como te empeñas en una receta, te diré la que me dan de los man­tecados. He de decirte que a mí me gustan duritos y tostados, como a Don Gastón, un famoso personaje amigo mío. Hay a quienes les gustan blandos y sustanciosos. La receta es la misma. La manteca de cerdo que tanto ennoblece aquello donde cae, es materia prima. Un buen horno es indispensable. Y días de frío para empaparlos bien y sentir su ánimo dentro.
Un abrazo de tu buen amigo.

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